El principal asesor de Pedro Castillo, que pidió asilo en México, narra las tres horas en las que el presidente trató de revertir el orden constitucional.
El jefe de la casa militar, el encargado de la seguridad de Castillo, ordenó entrar en las habitaciones en las que vive el presidente con su familia. No había ningún indicio, sin embargo, de que fuese a imitar a Alberto Fujimori, que en 1992 se dio un autogolpe que lo atornilló en el poder la siguiente década. En el camino lo detuvo su propia escolta, que lo trasladó a una comisaría. La sucesión de hechos no es nada halagüeña: los ministros, que no habían sido informados, dimitieron; la defensoría del pueblo le pidió que desistiera de la asonada y se entregase a las autoridades; y [ los militares, en un comunicado decisivo, anunciaron que le daban la espalda](https://elpais.com/internacional/2022-12-07/los-militares-rechazan-apoyar-a-pedro-castillo-y-lo-dejan-al-borde-de-la-destitucion-en-peru.html). La gente que lo rodeaba en los últimos meses lo había visto ofuscado con el Congreso, al que acusaba de hacer imposible su presidencia. Castillo había lanzado un órdago del que podría salir victorioso, convertido en un caudillo con plenos poderes, sin el Congreso que tanto le atormentaba; o derrotado y detenido por un intento de sedición. Mendieta, según explica a EL PAÍS en el centro de Lima, sospechaba que Castillo no lograría bajarse el documento y por eso imprimió el discurso en papel y se lo llevó a su despacho. Allí se encontró a un hombre conmocionado, sentando en la misma silla en la que había lanzado el mensaje. En la habitación había otros asesores de Castillo y, en silencio, a un lado, el ministro de Defensa, Emilio Gustavo Bobbio. No era la imagen de un dictador convencido, sino de un señor asustado. El jefe de Gabinete cree que Castillo no respondió, aunque no está del todo seguro. El asesor se quedó mudo: Castillo estaba anunciando un autogolpe y un toque de queda.