-La cosa está jodida, señor presidente -dijo Montesinos, con esa particular y cantarina forma de hablar-. No solo están investigando lo de Barrios Altos sino ...
Lo que estaba a punto de hacer podría darle un lugar privilegiado en la historia, o en la cárcel. Cuando la emisión terminó, 14 minutos después, el Perú ya era otro: el Congreso había sido disuelto, el Poder Judicial y el Ministerio Público quedaban intervenidos y Fujimori, con todo el poder a su disposición, se había convertido, por mérito propio y, según definición de la Real Academia Española (última edición), en un dictador. Otros mostraron su preocupación respecto a la disonancia entre la delgada voz de Fujimori y el tono autoritario que el mensaje quería imponer. No vayamos a terminar creyendo, como decía Martínez Morosini en sus narraciones de fútbol, que “aquí no pasa -ni pasó- nada”. Uno a uno, algunos de dos en dos, fueron llegando a la sede de la Comandancia del Ejército, conocida como el Pentagonito. Los ministros miraron absortos el mensaje a la nación que sería difundido esa misma noche. Lo único que tiene que hacer usted es ponerse su ternito, mirar a la cámara, decir “disolver” y listo. Mire, ¿recuerda el plan que tenemos para deshacernos de una vez por todas del Congreso y de copar todas las instituciones? Igual apelamos a que no nos dejan gobernar, que por ellos el terrorismo campea y la crisis económica no se detiene, y cualquier otra cosa que se nos ocurra. Usted es el que manda en este país. Frente a él, solo separado por el único escritorio que ocupaba la oficina, estaba Vladimiro Montesinos, el oscuro y siniestro asesor presidencial. -Fíjate que no encontró ni un solo niño pobre en su barrio.